La escultora puertorriqueña María Antonia Román Prado (San Juan de Puerto Rico, Estado Libre Asociado EE.UU., 11/09/1947 – Madrid, España U.E., 25-02-2017), nacida en San Juan de Puerto Rico y residente en Madrid desde el año 1977.


Una gran antológica, de esta potente escultora, le dedicó el Centro Cultural Washington Irving en Madrid. Trabajadora, creativa e infatigable, se decantó desde el comienzo de sus estudios en el Instituto de Cultura Puertorriqueña, del Gobierno de Puerto Rico, y en la Facultad de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. Donde vino a ampliar estudios a España. Y concurrió su obra en el “Libro de Oro de la Unesco”. Participó en la Muestra Nacional de Artes Plásticas, artista invitada y seleccionada por el Instituto de Cultura Puertorriqueña.


La búsqueda de las propias raíces, del origen de la representación en piedra, le lleva, en primer lugar, a los grandes maestros de la escultura clásica, para investigar más tarde en la antigüedad, en las presencias arqueológicas, en el arte tridimensional de antiguas culturas -como la taina de su país- hacia los monumentos megalíticos prehistóricos (mehir, dolmen y cromlech). En definitiva, el hombre en su origen junto a su inseparable sentido sagrado de la escultura.


El mármol, su preferido, y “el elegido por escultores griegos y Miguel Ángel, o la piedra caliza resistente, con vocación de eternidad, como los monumentos megalíticos que llegan fuertes y sólidos hasta nuestros días. Por su belleza cromática utilizó el mármol blanco de Carrara, el negro de Bélgica, el rosa de Portugal, el pardi-negro de Calatorao (Zaragoza), el verde de Makael (Almería) y rojizo o amarillo de otras canteras del sur de España. La escultora puertorriqueña desarrolló una abstracción elegante que la llevó a emparentar su obra con maestros Henri Moore o Jean Arp, o Bárbara Hepworh, con planteamientos formales y estéticos diferentes. La abstracción era el mundo de la escultora, una abstracción con vagas alusiones figurativas o simbolistas.


Román Prado desentrañó la forma en la pureza de los materiales, la esculpió y la pulió en formas redondeadas, en las que la curva, más que la línea o la arista, es protagonista de la obra. Sus esculturas adquieren una rotundidad poderosa y bella. A la escultora le gustaba concebir su obra en tamaño monumental, aunque trabajó sus formas en pequeño o mediano formato. El espacio en que las ubica mentalmente es siempre abierto, al aire libre.


La autora ha trabajado en murales de gran formato, donde siempre acaba emergiendo el relieve que busca de la tercera dimensión. También, el dibujo y el grabado han ocupado igualmente su actividad plástica. Para esta escultora la investigación formal en el arte era un capítulo fundamental. “No se puede repetir lo que otros hicieron, hay que avanzar en los conceptos y en las formas”. Su obra, de una exquisitez y pureza supremas, gustan del buen acabado y el pulido majestuoso. “En el arte, la belleza nunca está de más. Los hombres de hoy están necesitados de belleza, aunque ese no sea el único objetivo del arte”, declara.


Julia Sáez-Angulo
Miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA/Spain)